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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Apartamento 8

I. era de esas mujeres con una agenda inquieta. Siempre tenía apuntadas conferencias, exposiciones, conciertos y muestras. Lo cierto que yo no sabía la razón de aquella obsesión por la cultura, pues aseguro que su interés real por ese mundo era escaso, y dudo que dispusiera de la sensibilidad suficiente para mostrar interés por él en algún momento. En realidad, a I. lo que le interesaba era el dinero. Lo que quisiera hacer con él tampoco lo sé, pues nunca fui capaz de detectar afición, interés, predilección o sueños en torno a ningún tema, si exceptuamos su obsesión por sí misma, por su apariencia y el impacto que causaba entre los demás.
Pero sí, en realidad, lo que le interesaba era el dinero. Soñaba con grandes operaciones, con golpes de fortuna, con contratos grandes repleto de ceros. Quería jugar en las ligas grandes, era como una especie de certeza, como si ella, y sólo ella, supiera que había nacido para ese nivel de negocios entre grandes y además, siempre se lo envidié, no sentía vergüenza alguna. Se apuntaba a conferencias y encuentros de mujeres empresarias, pertenecía a un par de clubs de este tipo. Yo la observaba, la escuchaba, la aconsejaba, aunque supiera de antemano, que este tipo de encuentros y foros no son efectivos, sino meros caminos trazados por alguien o algunos, para intentar crear masas críticas con las que sacar dineros públicos, subvenciones, ayudas y vaya usted a saber qué. Normalmente giraban en torno a una figura o dos, mujeres empresarias o innovadoras que habían triunfado y que daban charlas y conferencias de estímulo, pero sin concreción ni contenido alguno, más allá de los grandes decorados de cartón piedra. Supongo que era un ejercicio de auto ego,
Aún así, yo deseaba aprovechar aquel empuje de ella, esa capacidad de: esta soy yo, sin complejos. Así que ideamos un proyecto, a mi entender, bastante bueno y con posibilidades de interesar a una gran empresa. Lo pulimos y yo hice un par de llamadas a un buen amigo mío, alto directivo de esa gran empresa. El tipo me dio un contacto, a quien llamó para anunciarle mi llamada y así lo hice. El nuevo contacto, de mucha menos categoría que mi amigo, tenía poder en aquella organización, al menos en el área en la que a mi me interesaba incidir, y conseguimos que nos diera una cita para que le pudiéramos presentar nuestro proyecto
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