Mejor alejarse de mí en los días oscuros, en los negros. Mi cerebro cambia, lo siento duro, como una cáscara de nuez. Me quedo solo, el destino me deja solo, o será que algún halo despido que aleja a mis semejantes de mí. Pobre de aquel que ose a estar junto a mi en los días negros, pobre de aquel que intente superar esa especie de escudo de azufre que rodea mi cuerpo. Doy patadas, y coces, lanzo relámpagos, destellos mortales, palabras y frases mordaces, a diestro y siniestro, sin importarme las brechas y las heridas. Y lo más sorprendente es que soy consciente de ello y, por instantes, abrazaría, arroparía, ampararía a mi maltratado, y le pediría mil perdones, y así se lo suplicaría hincando rodilla en tierra. Pero, heme aquí que, ese ser maligno que se apodera de mí me impide optar por ese tipo de acciones, manteniéndome erguido y orgulloso, duro como un puto trozo de profundo cuarzo. En fin, días negros, que cómo mejor me encuentro es en silencio, sintiéndome solo, a veces sin querer estarlo, amargado, corroído, como un jodido trozo de trapo viejo, duro y rasposo, inservible, sin nutrientes, solo destilando ácidos y humores herrumbrosos. Ese soy yo, o una parte de yo, la parte que no controlo y que lamento que alguien pueda llegar a conocer.