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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Anfitrión invitado

Anfitrión invitado

—Hombre! ¿Haciendo sus seis kilómetros?
--Eso es. Mire usted que me ha costado, pero aquí me tiene, de vuelta.
--¿Le ha costado?
--Sí, me he levantado desorientado. Eran las diez o diez y cuarto, y fuera hacía frío. Mi hijo y su novia, amiga, colega, como usted quiera denominar la relación, estaban durmiendo abajo, en el sótano de casa.
--¿Los tiene usted en el sótano?
--Jaja, no, no, mi hijo se ha montado una especie de apartamento en el sótano de casa. Mejor ¿sabe? Nos separa una puerta y unas escaleras, con lo que la independencia es total. Supongo que si ha tomado esa decisión es que en algo sale a mí, por lo tanto no me sorprende, ni tampoco me opongo, supongo que yo hubiera hecho lo mismo en casa de mis padres, pero era inviable, vivíamos en una casa pequeña horizontal, una casa de trabajadores en un barrio de trabajadores. Aun así, disponía de mi propio cuarto, cuestión que siempre he agradecido, pues fue en él en el que comencé a forjar este ridículo mundo mío. Ignoro porque yo tenía cuarto y mi hermana no. Ella dormía con mi abuela, supongo que era cuestión de sexos. En mi cuarto, como le decía, me fui escondiendo de mi propia familia, y supongo que ahí empecé a hacerme opaco para mis semejantes. Tal fue el ostracismo que me marché de casa en cuanto pude, aunque eso siempre es bueno. La familia me agobiaba y por más que cerraba la puerta, el agobio parecía entrar en forma gaseosa por debajo de la puerta.
--Jajajaja, debería usted saber también que pensaba su familia de su aislamiento.
--Bueno, ya sabe usted que por aquel entonces los niños no éramos nada, sólo adquiríamos relevancia si nos quedábamos solos. Es decir, cuando estábamos solos podíamos dejar emerger toda la fantasía y, sobre todo, la personalidad, podíamos ser seres autónomos, con juicio, gustos, aficiones y secretos, en público éramos los últimos de la fila.
--En eso lleva usted razón, pero todos los niños vivieron esos mismos años y no todos hemos salidos tan insociables como usted.
--En ese caso, supongo que he sido afortunado y he salido rarito por tener cuarto propio.
--Jajaja, es usted paradójico.
--No, no, en absoluto, no le conozco de nada, excepto de encontrarnos en el paseo, pero le cuento las cosas tal como las pienso. Puede que esos niños de esa época, tan sociables ahora, vivieran en comunas dentro de sus casas, cuevas comunes con espacios separados por mantas para guardar cierta intimidad. La misma manta que tengo yo ahora colgada en un hueco de escalera para que no se escape el calor de mi salón hacia la planta de arriba.
--Jajaja. ¿Se le escapa a usted el calor?
--Se me escapa, sí señor, y mire usted que cuesta generarlo. Toda la vida trabajando, y le aseguro que me dejo la piel haciéndolo, y tengo problemas para retener el calor en mi hogar. Eso me hace sentir que soy un tipo desorganizado, alocado. Supongo que un ser racional incluiría como una de sus prioridades la retención del calor, que después de todo es símbolo de confort y de calidad de vida. Sin embargo, yo sigo como en las cuevas a las que antes hacía mención, a pesar de haber dispuesto de cuarto propio, creando puntos de calor a los que me veo obligado a acercarme para regocijarme en ellos.
--Jajaja. Pero bueno, me decía usted que le ha costado hoy salir a pasear.
--Sí, sí, como le decía ayer, mi perra es my personal trainer, de ahí que haya hecho, de nuevo hoy, los seis kilómetros correspondientes. Me he levantado y sabía que mi hijo y su pareja estaban durmiendo. Además, como son jóvenes, y por tanto perezosos, intuía que iban a tardar en levantarse. El plan era que esta mañana íbamos a ir a comprar regalos de Reyes, pero verá usted, nunca se me ha dado bien la improvisación. Si acordamos eso anoche, ignoro porque no se han levantado como yo. He estado media hora andando sin intentar hacer mucho ruido por la casa para que no oyeran mis pisadas en el suelo, atento a cualquier ruido que delatara su despertamiento. He desayunado, he esperado y nada, ningún movimiento. Así las cosas, no me ha gustado pensar en mí encerrado en una habitación, sin hacer ruido, me he sentido cohibido en mi propia casa, ¿se lo puede creer? Tenía que salir de allí, así que me he duchado y mientras lo hacía he decidido salir a pasear a la perra. En un principio pensaba dar un paseo corto, pero me he puesto a andar y he pensado sobre la necesidad de hacer ejercicio y así, midiendo todo los que tendría que desandar, me he puesto andar mis tres kilómetros reglamentarios.
--Bueno, aunque no fuera lo planificado, no es mal plan.
--No, en absoluto. Estoy contento. Además, la mañana es fresca, con nubes altas, el aire corta el rostro y oigo a los aeroplanos levantando pesadamente el vuelo tras las nubes.



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