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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Ñoñería

¿Qué queréis que os diga? Yo nada más que veo postureo a mi alrededor Vivo en un mundo perfecto, o eso me parece por las estupideces de actos que observo. Subo por mi acera y una chica joven en pantaloncillo corto sale de correr del parque. Tiene un bonito cuerpo, con su culitoo respingón tocando los bombos a cada paso que da. Su camista fosforita que deja sus hombros, redondeados, menudos, dorados. Bajo la camiseta se dibuja su sujetador deportivo. Sus piernas esbeltas, perfectamente depiladas. En el brazo lleva un artilugio adherido dentro de una funda de plástico, supongo que debe de ser un aparato para medir pulsaciones, metros recorridos, cadencia de la carrera y demás datos deportivos. No está sudada, y se mira de refilón en los espejos de los escaparates por lo que va pasando. 
Se encuentra con otra chica joven, vestida muy sport, unos pantalones vaqueros ajustados, una camiseta blanca de tirantes y zapatillas de deportes. Al igual que la primera tiene un bonito cuerpo, sano y bien alimentado. Es alta y debe de tener, no sé, veinte o veintiún años  años y abraza un monopatín como quien abraza a un perrito pequinés. Se reconocen y se saludan. Voy hacia ellas. De pronto la corredora del artilugio en el brazo se gira para saludar a su amiga, y descubro que no es tan joven, que debe de rozar ya la cuarentena, lo noto en unas arrugas casi dibujadas, bajo sus ojos. Por lo tanto, la del patinete debe de ser la hija de una amiga o una compañera de su propia hija.
—Hola—, le dice. 
—Hola, le dice la del patinete. 
No sé de que hablan, pero ese hola sí lo he oído. 
Me acerco, la del patinete mueve muchos lo brazos al hablar y no mira a la más madura a los ojos. Oigo a la joven que le comenta a la mayor que acaba de terminar primero, primero no sé de qué. 
La otra asiente y la mira como asombrada y feliz, y oigo a la del patinete que está en no sé que instituto, haciendo artes plásticas. 
Y la otra, la corredora, y he aquí el motivo de este texto, le responde con los ojos encendidos, un simple, ramplón y estúpido ¡guay!
Sí, he aquí la expresión madre y maestra, ¡guay! 
Estoy seguro de que no tiene ni zorra idea de qué cojones es eso de las artes plásticas, estoy seguro de que le importa un culo lo que aquella otra persona estudie, pero su respuesta es esa ¡guay! 
Y la otra, la del patinete, sabe, igual que yo, que a la otra le da lo mismo, pero continua contándole nada sobre su curso, obviedades y relleno, y las dos se mueven como dando saltitos, como si fueran las dos primeras putas flores de la primavera que se acaban de reconocer.
Supongo que así es la vida, o así se ha puesto ahora la vida. Una existencia guay y estupenda sin problema alguno, y si lo hay, tranquilo, que seguro que hay una app para solucionarlo, o para medirlo, o para relativizarlo o para convertirlo en un reto, o para darle la vuelta y mirarlo desde un punto de vista constructivo, o para poder convertirlo en un entreno con ele ue perder peso o moldear los glúteos, o para compartirlo con los demás. 
Ñoñería invasiva, y en medio de ella, ¿a quién le importa la privacidad?

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