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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Y espera paciente

Ha hecho un día soleado hasta ahora. La mañana tenía una preciosa luz primaveral, pero ráfagas extrañas de aire traían olor a humedad. No hay que ser meteorólogo para barruntar que algo estaba cambiando en el ambiente. Y efectivamente, así ha sido, y la tarde se ha cubierto de nubes blancas y grises, ligeras, pero estáticas y pesadas. El aire ha dejado de soplar y los pájaros están trinando como locos, por lo que es pronosticable que vaya a llover. 
Mis vecinos desaparecen y vuelven a aparecer. El aburrimiento, como en La ventana Indiscreta, hace que me fije en los pocos seres humanos que hay a mi alrededor. Supongo que todo el mundo hace lo mismo. Casi sin querer los demás te muestran sus quehaceres, cómo pasan el rato y qué tareas inventan para matar el tiempo. Llevo aquí metido tres semanas y parece que han pasado meses, a lo mejor años, y alguna vez me pregunto si me apetecerá volver a salir al mundo. 
Mis vecinos, los que aparecen y desaparecen son dos chonis de puta madre. El tipo, al que vi tumbado en una hamaca, hoy le he visto cruzar su terraza. El tío está cuadrado, pero no es una cuadratura elegante. Es de estatura media, más bien diría que bajito, tiene barba oscura y pelo negro muy pegado al cráneo. Llevaba una especie de pantalones de chándal ajustados a sus muslos y pantorrillas, todo el conjunto potente, romano, si le pusiéramos una falda, podríamos ubicarlo en el foso del circo romano y si le diésemos una espada corta y un casco, tendríamos a un gladiador. Pantalones bien subidos hasta por encima del estómago; y en el torso una camiseta rosa, también ajustada, de esas técnicas de hacer deporte, dejando lucirse sus tremendos bíceps y sus potentes antebrazos. Pecho corto, ancho, achaparrado, embrutecido por el esfuerzo, unos pectorales enormes, se agacha y coge dos grandes pesas. Sale en ese momento la mujer que hay con él. Bajita, el pelo grandioso y ondulado tapa su cara, no se la distingue cuello alguno, es rellenita y lleva unas mallas también, llenas de colores y figuras abstractas, un culo orondo la persigue donde quiere que va. Tiene brazos cortos y los mueve mucho. Le dice algo al hombre fornido que provoca risa en ambos que se encaminan hacia dentro de la casa, y ahí llevan todo el día. Supongo que cómo son jóvenes, follando como locos. 
Se trata de una pareja joven con una actividad extraña, o eso deduzco por sus vehículos. Tienen cuatro, tres de ellos caros, que no cuadran con este entorno. No me explico cómo teniendo esas preferencias hacia ese tipo de coches, que por otra parte si coincide con sus atuendos, viven en una casita como la que habitan. Han comprado la casa hace poco. Antes vivía también una pareja joven con un par de críos pequeños y dos perros. Organizaban un par de cenas para los amigos, normalmente al inicio y al final del verano. Solían juntarse hasta una veintena, o más, de personas y encendían unos potentes focos como si quisieran que un satélite les localizara desde el espacio. La casa la pusieron en venta y estuvo varios meses vacía y con el letrero de Se Vende, en letras de color fluorescente. Aquellas letras fueron perdiendo su prestancia, lo que demostraba que era una casa de difícil venta. Pero sí, consiguieron vender la casa y ahora viven en ella, o viven de vez en cuando, la pareja de chonis. 
Y desde que los he descubierto, silenciosos, ajenos a su entorno, con cierto aire de provisionalidad, mirando siempre hacía adentro, no dejo de cuestionarme a qué cojones se pueden dedicar y porque han elegido esta casa, bajo la mía. Empiezo a pensar en que quieren pasar desapercibidos o lo más ilocalizable posible, pero en tal caso no hubieran adquirido esa casa, pues linda con la carretera. 
Ha venido Motitas, se sienta, recogiéndose en sí misma, frente a mí, a distancia. Me mira, pero cierra sus ojos y espera paciente. Me levanto y comparto con ella mi comida. 

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