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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Silencio y charla

Hoy me ha tocado madrugar. A las seis estaba en danza. Mágica hora para circular, indecisión entre apagar las luces del coche o no. A las siete ya es de día, en cuanto cambien la hora será otra vez de noche.
A las ocho estoy tomándome un café al lado de la oficina. No hay nadie, sólo dos clientes y, en la cocinita del fondo, el propietario del establecimiento. Silencio, sólo el zumbido tenue de las cámaras y el aroma del café y de la bollería del desayuno. Bien podría ser un cuadro de Edward Hopper, si no lo conoceis os lo recomiendo. Pintor estadounidense, una especie de impresionista americano con cuadros de hombres y mujeres solos. Tambien son preciosos sus faros y sus cuadros de instalaciones fabriles. El silencio del madrugador.

Luego tengo un acto público, poco a poco me comienzo a relacionar, saludos, abrazos, promesas de "a ver si nos vemos", promesas de "hemos de quedar a comer" y el pesado charlatán que te ronda hasta cazarte, para soltarte su historia, su misma historia que núnca evoluciona. El charlatan y su discurso interminable de lo mismo; un discurso repetitivo, empalmado su fin con su principio, girando infinitamente, acompañado de gesticulaciones, de anexos, de notas aclaratorias, de explicaciones a pie de página. El charlatan que es incapaz de percatarse de que te aburres, de que te importa un bledo su historia porque ya es la quinta vez que la escuchas. Sostienes la boca para que no se te abra la mandíbula que te tiembla porque tienes ganas de bostezar. El charlatan no se da cuenta. Le dejas de mirar a los ojos porque necesitas liberarte de su monopolio, él no se da cuenta. Miras a tu alrededor y envidias la libertad de las demás personas que se conforman con saludos y conversaciones formales y breves. El charlatán es implacable, se enchufa a ti de manera unidireccional y parece querer penetrarte mentalmente con toda su esencia. El charlatan continua, oyes su voz en off, su dicurso imparable. Estas atento al menor atisbo, movimiento, inflexión en su voz, que te de a entender que va a acabar, y por fin te das cuenta de que agarra ya su cartera, se va. ¡Oh dios!, largate ya.

Día primaveral en Madrid.  Todo es normal, algo más de colorido en la ropa del personal, helicópteros controlando una manifestación frente a Sanidad o Educación, no se diferenciar. 

Las funcionarias de Cultura están en su rutina, lo cual tranquiliza.
Fuman su cigarro, el parón de las 12.00, tras 20 minutos de trabajo después del parón de las 11.00 para almorzar, asi están de sanas. Hablan, critican la metodología, defienden sus derechos funcionales, ¿por que tengo yo que ir a hacer fotocopias si menganito esta adscrito a jefatura de infraestructura?. "Yo ya se lo dicho, y bien clarito --dice una de ellas mientras gesticula energicamente--, si quieres que haga los informes dejámelos encima de la mesa, por que claro, luego ves a menganita, de manos cruzadas todo el día navegando por internet".  
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