Una vida en 24 horas

A veces me voy. Cojo el coche y enfilo la carretera. Paso bajo una montaña a través de un túnel. El túnel separa dos realidades, y también las une. El túnel significa una cosa u otra, según el sentido en que lo recorras. Cuando voy, lo hago hacia una vida nueva, en sentido contrario vuelvo a la de hace años, tantos que quizás ya sea la de siempre.

Existen tantas realidades. Conocemos tan pocas. A veces, puede pasar una vida entera y ni siquiera darnos cuenta de que hay más realidades que las dos o tres en la que nos desenvolvemos. Si eres consciente de ello, (de que hay muchas más realidades que la tuya propia), y decides buscar otras, son muy difíciles de encontrar. Sólo el destino te pone frente a ellas, y a veces no de una manera evidente. Son como ese reflejo, ese brillo que sólo se percibe con el rabillo del ojo. Cuando vuelves la cabeza para observarlo, nunca lo encuentras.

Yo he encontrado una nueva realidad. Me considero afortunado por ello, y en cuanto puedo escapo hacia ella. Si fuera más joven no escaparía, huiría hacia ella.
Mi realidad, me ha sorprendido cuando ya no esperaba sorpresas. Se ha convertido en la salida a un tunel. Un tunel que a veces es muy oscuro y largo. Sería muy estúpido si, en cuanto puedo, no anhelase cruzarlo, buscando la salida como un loco.

Mi otra realidad es abierta. Tan abierta como quieras. Puedes recorrerla hasta donde se te antoje. En ella no hay requiebros ni cambios de sentido. Tampoco curvas cerradas, mucho menos calles sin salida. Es una realidad para pisar a fondo o bien para ir tranquilo. Puedes parar, detenerte, echarte un ratito al arcen y fumar un pitillo.

Es una realidad tranquila. Su mera contemplación te alivia. Parece estática, pero no para de moverse. Igual no de manera tan evidente como las cosas o las personas que cambian de sitio. Lo hace lentamente, de manera imperceptible a veces, pero sigue pautas lógicas, por lo que nunca, o casi nunca es impredecible. Saber como evoluciona requiere tiempo, observación y acumular el conocimiento, ya que siempre, tarde o temprano, resulta útil. Es una realidad sin grandes normas. Tampoco las hay secretas, son todas visibles y transparentes.

Mi realidad, aún pareciendo siempre la misma, tiene multitud de tonos. Mi realidad es el pantone de si misma. Mi realidad, si tiene una característica, es su alegría. Se ríe, se ríe y a a veces no sabes de que se ríe, pero te gusta su risa y consigue persuadirte, y logra que aquello que le provoca risa, acabe embriagándote cambiándote la vida.

Mi realidad es dueña de si misma. No parece sujeta a otros intereses que no sean sus deseos, apetencias, sus creencias, sus deberes que no imposiciones, a no ser que se las imponga ella misma.

Mi realidad es sencilla, no tiene espejos ni reflejos, ni imágenes distorsionadas. Mi realidad es tan evidente como la lluvia de un cielo gris o la luz de uno raso. Mi realidad es amante de la tierra, de los tonos que la pueblan, de los marrones, verdes, amarillos y rojizos. Mi realidad vive atada a ella. Le gusta pisarla, recorrerla, cruzarla, observarla, olerla, imaginarla. La echa de menos cuando no está en ella. Será que la siente lógica, o la más lógica de todos los lugares habitados.

A veces me voy, cojo el coche, y enfilo carretera.

Yo y mi realidad tenemos poco tiempo. Buscamos un punto intermedio. Abrazados a nuestra realidad creamos una nueva, y vivimos marejadas, vivimos tempestades, vivimos noches de calma, de viento enfurecido, todo comprimido. Surcamos grandes mares, como el barco dentro de una botella. Pero no por ello dejamos de ser barco tampoco de ser mar.

En 24 horas, a veces menos, vivimos una vida entera. Tenemos nuestro entorno, tenemos conocidos, tenemos nuestra propia vida, y sólo es nuestra. Encuentros y despedidas, tristes despedidas y siempre un deseo.