27 Abril 2010
De vuelta a mi rutina lo único que me queda es vincularme con la naturaleza a través del árbol del patio del despacho. Donde antes sólo había una pequeña hojita, ahora hay miles ocultando el tejado de la capilla. Una de los sonidos más significativos del tiempo que se avecina es el canto de los pájaros, y en las grandes ciudades, de los gorriones. Parecen excitados, supongo que deben estar apareándose, o eligiendo pareja.
Hay hojas nuevas, verdes, llenas de vida. Parece mentira que a pesar de su fragilidad sean capaces de soportar todo el tórrido verano que vendrá después. Eso me ha dicho mi chica. "Nos estamos perdiendo estos días gloriosos, después vendrá el calor y no habrá quien salga a la terraza a la terraza a las cinco de la tarde.
Tu te vas a Tarragona y yo me quedo aquí comiendo, con mis clientes, simulando bienestar y felicidad. Apretando contratos, blindando acuerdos, esquivando los procesos empresariales, callado, sin dar mucho la nota, hablando en el momento preciso, y sin saber muy bien cuál es ese momento.
Mis chicos salen conmigo a asomarse a la ventana. Quieren hablar conmigo de temas del trabajo, y acabaré haciéndolo, pero hoy no. Hoy sólo me apetece oír al puto gorrión cantar y moverse inquieto, vincularme con ese espíritu salvaje y libre sin más preocupaciones que el alimento, la reproducción y un cobijo a salvo de los gatos.