19 Noviembre 2010
Han sido unos días de ir y venir. Han sido unos días de cansancio, de ojeras, de falta de sueño.
Días de sentirte extraño en sitios extraños, repleto de ecos que cada día te son más ajenos. He llegado a esa edad que te permite levantarte en medio de la sala, en medio del discurso del político. Ni siquiera uso ya el móvil como excusa, simplemente me levanto y le doy la espalda.
Buscando lugares abiertos, buscando el aire, la luz y a veces el Sol. Me importa nada lo que piensen de mí. Guardo una mínima apariencia y no quiero que me interrumpan cuando trabajo. Hago mi labor y me piro, o espero libremente hasta mi siguiente responsabilidad, ajeno a la convivencia comercial falseta, repleta de palmaditas y sonrisitas.
Doy un paseo desentumecedor por la noche, sin ganas de ir al hotel, con ganas de una cama entrañable, de una compañía querida. Pienso en ti intensamente y en cómo vería lo que veo, si lo viéramos y sacáramos el mejor partido de ello.
Las primeras nieves, presagio del invierno. Añoro el calor de un abrazo, su recogimiento, su aval.
Se amontonan más cosas. Llamadas, diálogos, frases que tratan de provocar algo en ti.
Sin embargo, me siento tan rígido e impasible. Atiendo, escucho, acepto, me pongo a ello, con más ganas o menos, a veces con desgana. Trato de vivir, o de seguir viviendo, espero los días, contándolos al revés, uno menos, cuando debería ser uno más. Pasa el tiempo, pasa la vida, con lluvia, con aire, con sol y granizo, y de nuevo llueve, y de nuevo el aire, y tu ahí, impasible.
Y más proyectos, y nuevas iniciativas, y escuchas y cada vez te cuesta más abrir los ojos, y también los oídos, y poner en marcha el cerebro.
Madrugas, aprovechas las mañanas, tan limpias y tan frías, tan llenas de vitalidad, tan determinantes e infinitas, tan llenas de ganas, de fuerzas, con ese tiempo comprimido, tan lleno de minutos eficientes. Trabajas, produces, piensas, te cansas y sabes que te seguirás cansando en un infinita rutina de hechos.
Menos mal que en medio de todo ello ha emergido un planeta, un astro misterioso, atrayente y repleto de huecos, de gargantas y cicatrices, cargado de historia, de recuerdos, y allí me voy, de cabeza, huyendo, a estrellarme y clavarme en él, allí quiero morir, y no aquí.