7 Diciembre 2010
Estaba en casa, harto de mi mismo, harto de estar siempre conmigo mismo, con un destino tan caprichoso como el tiempo, y me he ido a los madriles. No hay ciudad más bonita sobre la tierra que Madrid lluvioso y en medio de un puente. Supongo, que a pesar de la huelga de controladores, los que pensaban salir de aquí se han ido, y como siempre nos hemos quedado los perezosos, o aquellos que buscamos los espacios de siempre, pero un poco más vacíos.
No hace frío, y hoy es uno de esos días, medio domingo, que parece ser un privilegio ser un ser humano, un ciudadano, y también, ¿por qué no? un madrileño. Hoy el personal va tranquilo, la lluvia, el viento de ayer, parecen haberse llevado los nervios, el estrés, esa especia de esquizofrenia que flota en el ambiente de esta ciudad otros días. Hya menos ruido, todo parece lubricado, nada chirría, y te sumerges en una especie de somnolienta existencia donde no existen los técnicos, donde no hay conspiradores, ni tampoco declaraciones de personajes inmundos.
Las chicas preciosas están enlatada, esperando el ajetreo. Seguramente estén por la costa, por los destinos lejanos, en las estaciones de esquí, en las playas tropicales, siguiendo los movimientos de la ciudadanía, ansiosa por el esparcimiento. Las chicas enlatadas y todos sus valores volverán el jueves, y de nuevo todos queremos ser preciosos, todos queremos triunfar o, simplemente sobrevivir, en este mundo con ecosistema de jungla. Eso sí, continúan los chismorreos de Wikileaks, y me sigue asombrando que nos asombre lo que ya sabemos todos, y que las percepciones de un inculto yankee nos cause tanto estupor, ¿acaso hemos descubierto algo nuevo? Todo sigue igual, excepto que el día es tranquilo, un día extraño, a pesar de que es como debería de ser.