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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Tita y el detergente

Trabajar en casa es ciertamente un gran ejercicio de voluntad. Siempre he dicho que yo para trabajar necesito desarrollar el acto social del trabajo. Es decir, necesito, ducharme, vestirme, desplazarme y relacionarme en un entorno diseñado para el trabajo. De lo contrario el trabajo acaba sucumbiendo, por su absurdez, a las cómodas rutinas que te rodean en casa. 

Trabajas a trompicones, y salvo ratos de absoluta lucidez y concentración, el tiempo pasa entre ganas de ir a la cocina a por un café, pitillos que te fumas en el exterior, o breves paseos que no sabes muy bien a que vienen.

Esta es mi albahaca. Seguiremos su proceso de creación. Se supone que está naciendo bajo el manto de tierra,  que me han recomendado esté siempre humedo. La cuido, la mimo, la observo todos los días esperando ver el tallo verde. 
 Supongo que debo de sentir algo parecido a lo que sintieron los primeros hombres que se dedicaron a la agricultura. 

Hoy he apagado definitivamente la calefacción, la primavera ya se ha aposentado, sus florecillas, sus colorcillos verdes, la luz, el calorcillo, el Corte inglés, los corazones palpitando precipitadamente, las hormonas, y también todos sus inconvenientes, uno de los mayores, las moscas.

Después de mimar mi albahaca, una mosca me ha turbado la paz para concentrarme. Insidiosas insectas, pesadas, cabezonas, hijas de puta a veces, reincidentes. Van asociadas al buen tiempo, se cuelan con el frescor primaveral y viven a tu lado, en tu misma habitación, hasta que mueren. Me he dedicado a perseguirla hasta que he conseguido darle nombre, quería ver su cara, identificarla y reconcoerla.

Aqui la tenéis, la he llamado, recurrentemente "Cojonera". Aún sigue aqui conmigo, no se dónde exactamente. La he visto posarse sobre el borde de mi taza de café, en la pantalla de mi ordenador, en la base de la lámpara, y ahora posa para mi en el reposabazos del sillón.

Como distribuyo mi tiempo entre el trabajo y estas menundeces caseras, me he preguntado si Bill Gates, este hombre que ha estandarizado el mundo con su Windows, hubiera incluido a las moscas, en el caso de que hubiera decidido desarrollar una primavera 1.0. Seguramente hubiera eliminado estos insectos y muchos otros  a fin de proporcionarnos una primavera perfecta. Me quedo con "Cojonera" y la imperfecta primavera. 

Por fin he logrado concentrarme un rato, pero poco. Fuera hace un día espléndido, asi que he decidido irme a hacer compra. Odio hacer compra, pero no queda más remedio.

De pronto, la misma angustia, de siempre, perdido entre los lineales multicolores.
Pasillos repletos de productos, carteles de ofertas, tengo dudas sobre mi detergente. He llamado a Tita para que me aconseje, si bien me decido por un detergente concentrado en quitar las manchas, o bien en un detergente más enfocado hacia el frescor y la blancura. Tita se rie, me dice que le gusta como huele mi ropa limpia, por lo tanto me he decidido por el centrado en el frescor, después de todo yo no me mancho tanto. 

Otro hombre hace compra conmigo. Parece, además de más fresco, bastante más centrado y seguro de lo que busca. Ceño serio, una compra optimizada parece la suya por su semblante. Intento ver que carga en el carrito, pero va muuuuy veloz. 
Va corriendo por los pasillos, sabe lo que busca, sabe dónde está, no pierde el tiempo. Yo necesito pensar lo que necesito, ni siquiera analizo, me conformo con que nada de lo que echo en falta cuando estoy en casa, se me olvide. 
Me marean los lineales de productos, todo tan ordenado, tan lógicamente distribuido, si buscas yogures, lo más lógico es que tengas cerca el queso blanco. Quizás Gallardón debiera fichar a algún responsable de gran superficie para ordenar el tráfico de la ciudad. 

Ya no he vuelto a trabajar, llevar la compra a casa y hacer la comida para mi y para mi hijo (un adolescente cada día más incomunicativo), me ha dejado agotado.  Asi que he decidido irme a dar un paseo. Ha sido hasta mi gran árbol. No es que sea enorme, no es que sea majestuoso, pero tiene algo que me gusta, quizás su brio, quizás su fuerza, quizás sea la sombra que proyecta. Esta en lo alto de una colina, a veinte minutos andando desde casa. 
Me he sentado un rato bajo sus ramas. No se oía nada, excepto sus propias ramas meneadas por la brisa, y algún avión muy alto surcando el cielo.  Demasiado silencio para pensar, demasiada tranquilidad para tomar alguna decisión. He pensado en Tita, en la vida, en lo ciclíco de la vida, en la linealidad de otras cosas de la vida, en mi albahaca, otra vez en Tita, en el Sol, en cómo será este verano, una tercera vez en Tita, y con ella, en esto que me rodea, en cuanto tiempo me seguirá rodeando, en que nuevos entornos tendré, en que nuevas cosas me rodearán, en que siempre seré el mismo. Y he vuelto a recordar a Tita, a nuestro último paseo por este mismo camino, a sus risas bajo este mismo árbol. He llamado a Tita para compartir el momento, pero no he dado con ella. 
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