24 Octubre 2011
La lluvia me levanta de la cama antes de que suene el despertador. Algo en mi organismo se cuela como un hormigueo y me hace abrir los ojos. Son las gotas de agua golpeando en los canalones, contra el cemento del patio, convertidas en pequeños riitos que avanzan nerviosos hasta precipitarse en pequeñas cascaditas, sumideros y tuberías. Imagino Madrid gris, con el suelo plateado recién encerado, con los neones refeljados en él, los paraguas, la hermosa ciudad caótica por la lluvía, el olor a croissants, el del café caliente. Me ducho rápido y salgo a la calle a respirar un aire recién limpidado, y no me defrauda.