Un trozo de campo

23 Marzo 2010

Miro el barro cuarteado y pienso montones de cosas. Pienso en mi chica, pues es el origen de su obra. Pienso en mi piel ajada, en las lluvias torrenciales, en los brotes de vida.

Pienso en mundos microscópicos, en desfiladeros oscuros, en el silencio y la paciencia, en la naturaleza, en mi mismo y en los dos, en la simpleza, en lo sencillo que es lo perfecto.

Me he ido a pasear. He sentido el silencio roto por tus pisadas, por el ruido de tu ropa al rozar, tu respiración, algún pájaro veloz. Roto por el silbido del aire en tus oídos. El resto nada.

Lejanos quedan los ruidos que desde aquí, o aquí, no son nada, solo siluetas envueltas en brumas, siluetas sordas, siluetas mudas.

Tienes tanto en lo que meditar que apenas puedes ordenar los pensamientos. Las vides mudas, en su esencia, pacientes e inalterables, haciendo poco a poco su fruto.
Seres solitarios espléndidos. Seres no acostumbrados al diálogo, concentrados en sí mismos, ensimismados. Ni siquiera se percatan de tu presencia.

A pesar de la espontánea naturaleza también ves el orden. Se antoja extraño en medio de tal desorden.

También hay sujetos vanidosos, incapaces de esperar, atolondrados, nerviosos. Efímeros reinados que acabaran achicharrados al Sol.

Cuando más sólo te sientes, cuando más aventurero explorando tierras vírgenes, te topas con el hombre, capaz de romper la armonía, capaz de dejar su identidad tirada.

Vuelvo de mi paseo entre tierra llena de vida, capaz de albergar esencias.

Vuelvo y al llegar ya están en casa las golondrinas, la de todos los años. Certifican la llegada de la primavera. ¿Son siempre la misma pareja? Algo leí sobre ellas, lo olvido todo. Un trozo de campo ha roto mi rutina.