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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Estación de autobuses

Un negocio occidental, ideado, financiado y creado por nórdicos occidentales, los que viven en la parte norte del globo, atendido por rechonchas sudamericanas, bajitas, oscuras, culonas, que no paran de hablar entre ellas sobre sus vidas, sus hijos, sus pendejos y sus chulos, sin siquiera mirar al cliente, que soy yo, que me dirijo a ella con educación, pronunciando adecuadamente cada sílaba. Y a ella, ¿qué más le da?

Aquí estoy, en una estación de autobuses, rodeado de esas poblaciones extrañas y aturdidas, perdidas a su llegada o a su huida de la gran ciudad, esas poblaciones de las estaciones de autobuses que siempre se me han antojado desarraigadas. Aquí estoy, tomando un café, esperando a que llegue la hora de partida de un autobús, desarraigado también de mi realidad. Sentado en una mesa de la cafetería,  al lado de los aseos de la estación de los que he oído historias macabras de vicios entre hombres de todas las edades, y ahora que observo, veo al alrededor de la entrada a hombres solitarios que ni están aquí en trance de viaje ni tienen aspecto de esperar a pasajero alguno. 

He venido andando desde donde he aparcado el coche, y he pasado cerca de la tienda de los marcos. Esa tarde de caminata buscando a un enmarcador para el ego de otras personas. Lo de menos fue la caminata y lo de más el rincón que encontré después, entre jamones y catadores hechos de hueso de caballo. Aquel local vacío, parado en el tiempo o, simplemente a deshoras. El nido improvisado escondido entre callejas de barrio, el espacio quieto, con olor a madera y vino, la puerta del tiempo traspasada que deja al mundo a tus espaldas, ocultándote de él entre sonrisas. Aquel espacio que deseas sea eterno, con tu cuerpo reposado, y tu alma, y tus pensamientos. 

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