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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

¿Qué hago con lo de la crisis? Necesito dinero para vivir como quiero vivir

Hay días que, muy bien, no sabes qué tienes que hacer. Se te ocurren montones de cosas que hacer, pero son tan pequeñas e insignificantes, que lo único que hacen es incordiar, ya que carecen de peso específico en sí mismas. 

Sigue haciendo frio en la ciudad. Las nubes parecen haber hecho una parada sobre la capi, antes de reanudar su viaje.

El cambio de hora no parece haberme sentado bien. Aún hoy sigue faltándome esa hora. Estoy un poco desconcertado, y si bien otros años he notado más algarabía social en torno a la prolongación de la luz por las tardes, este año nadie habla de ello, el hecho parece haber pasado desapercibido.

Aún no he encontrado el momento del día en que que la luz ha mermado. Núnca he entendido el ahorro que proporcionan estos cambios. Puede que sea debido a que me gusta vivir con pocas luces eléctricas. 

Más que del cambio de hora, se habla de la crisis. De hecho, no se para de hablar de la crisis. Hay dos tipos de informaciones. O bien escuchas discursos políticos o de expertos en economía, o bien escuchas microrrelatos de la gente de la calle. La verdad que distan unos de otros enormemente, y no parece que, en realidad, la raíz de ambos sea la misma, la crisis. 

Un hombre calvo le explica a otro los porques de esta crisis. El otro no es receptivo a sus mensajes. Se protege de su interlocutor con sus brazos cruzados. 








Otros dos hombres calvos también hablan de la crisis. Pero esta vez, el de la izquierda parece harto de ello. 







A diferencia de otras crisis, la que nos toca vivir afecta a este tipo de personas. No se trata de trabajadores de mono azul, de uñas negras y dedos hinchados. Se trata de clase media típica de un país excesivamente inmaduro para considerársele desarrollado. Se trata de la crisis de un país post boom económico, dónde nadie sabía muy bien como era posible que corriera tanto dinero por las calles, eso sí, prestado. 

Si esto sigue a más, y soy de la opinión de que no, no veremos a obreros en las calles o asaltando tiendas de alimentación. Veremos a gente con audis en el garaje, adosados con barbacoa y niños en colegios bilingues. Podrán venir de ciudades dormitorios del Sur o de urbanizaciones de zonas pijas, dará igual su preparación, sus niveles de estudio o su capacidad, el único rasero que sirve es el de los bienes poseidos, y estos son estándares para todo el mundo. 

Será una manisfestación donde la gente reclame su dignidad y su derecho a poder tener dinero para comer, pero también reclamará dinero para no renunciar a todo un elenco de bienes sin los cuales se sentirá huérfano. Será una manifestación donde la gente tire fotos con sus smart phones, donde seleccionen la ropa adecuada de día de lucha de sus roperos. Dejarán sus monovolúmenes o sus sedanes de marca en los alrededores del punto de concentración y seguramente luego queden para ir a cenar y tomar unas copas. Será uno de los grandes eventos sociales del 2009, y los medios hablarán del pueblo que habla, del rechazo a la política económica del gobierno; y algún analista hablará de toque de atención al ejecutivo.

Las crisis afectan a las personas de edad media, ni a los más jóvenes, ni a los más mayores. Dentro de esa franja, los de más edad tampoco se preocupan excesivamente, después de todo, en tan sólo un brinco pueden prejubilarse, o bien pueden recibir una buena cantidad de dinero por su despido. El problema está en esa generación calva que han vivido en medio de mercados en continuo crecimiento. Directivos y directivillos desconcertados pensando en que algo están haciendo mal, cuando en realidad es que el mercado ya no da más de sí, y no da más de sí porque ya no hay dinero para prestar. No es una crisis porque no haya dinero para vivir, es una crisis en la que no hay dinero para vivir como quiero vivir.

En la anterior crisis gorda, cuando se deshicieron los yupis, uno de ellos, sin decir nada a su familia, salía todas las mañanas perfectamente vestido para el mundo de los negocios. En realidad no iba a un gran despacho, ni a una sala de brokers, se iba a la calle Serrano, y se pasaba la mañana pidiendo entre los coches que se agolpaban en el semáforo de la esquina con la plaza de Colón, solicitando una aportación para comprar un yate. El tipo caía simpático y hacía dinero. 

No se trata de una crisis del sistema, se trata de algo más profundo, de una profunda crisis de valores. El colmo es que Telefónica ahora mismo tiene un anuncio en la televisión, en el que apela a esos valores (la amistad y la colaboración), para seguir vendiendo más en épocas de crisis. Los locos productores que han provocado esta crisis, construyen sobre sus cenizas nuevos monstruos devoradores de los hombres. Nos fagocitamos y nos aniquilamos entre clases de yoga y visitando casas rurales para re encontrarnos con nosotros mismos, que absurdez.

Las crisis tienen estampas más crudas y amargas que las que nos está proporcionando ésta.  Las crisis huelen a desesperación. Las crisis huelen a miseria. Vivimos una crisis de la opulencia, del egoismo y de la insolaridad, vivimos el ardor del atracón, asi que, nos den por el culo a todos. 



 
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