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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Sigo compartiendo mesa con Lipomedes

Sigo compartiendo mesa con Lipomedes. Le gusta fumar después de la cena. Casi siempre comparto el postre con él, supongo que así se justifica él mismo consigo mismo y queda su conciencia tranquila con su compromiso de no comer dulces. Lipomedes está con una eterna dieta tratando de quitarse cuatro o cinco kilos que le sobran desde que le conozco, pero le resulta una tarea casi imposible, pues su cuerpo ya ha descendido ese escalón que resulta imposible de volver a subir. Pero quizás no se trata de nada de eso, y para él compartir el postre sea un rito, un signo, una señal, un mensaje oculto, un pacto. Nunca se lo que significa, pero me encanta hacerlo.  

 

--Bueno, ¿y qué tal está tu madre?, le pregunto.  

 

Miro a quien comparte la mesa conmigo. Me acaba de preguntar que cómo está mi madre. Me vienen un montón de ideas a la cabeza y no sé como responder de manera ordenada, con una lógica en el discurso, con cierta coherencia y linealidad.   

 

Tengo a mi madre en la planta sexta de un gran centro hospitalario, con nada grave, con una rotura de cadera, encamada, pequeña, asustada. Así la veo y la miro a veces, y otras veces la creo despiadada, manipuladora, puede que también diabólica.  

 

¿Sabes? digo. Mi madre no tiene que ver nada con su madre.  

 

Recuerdo a mi abuela, siempre despeinada y de edad avanzada. Me resulta imposible no recordar a mi abuela con muchos años, y también fue joven, y compartí años con ella, pero yo siempre la veo con su pelo gris enmarañado, sus dedos deformados de piel suave. Mi abuela, consciente de su edad y jugando siempre a ser útil.  

 

Sosteniendo dos platos, uno en cada mano, mi comida. Siempre sosa, pues ella no podía cocinar con sal. siempre sonriéndome, y yo a ella. Recuerdo que más tarde, cuando se puso enferma definitivamente, yo hacía la comida. Pienso en mi relación con ella y pienso que era magnífica. En realidad,  creo que ha sido la mejor relación que he tenido con una mujer.  

 

No sé porque a la persona que come conmigo le gusta tanto escuchar estas historias que, por otra parte, son siempre las mismas. Podría narrar algunas otras, pero siempre vuelvo a estas, como si fueran las historias primarias, las que explican todas las demás, las que he de repasar una y otra vez o las que no quiero olvidar, Me haré viejo recordando la vejez de mi abuela y cuanto más lo recuerdo más joven me siento.  

 

Jodido otoño, que no llegas, me engañas, no se como te las apañas,  

me das nubes por las mañanas, algunas brisas y con tus con tus colores rojos de la tarde me enmarañas,  

jodido otoño, perezoso, vago, desde el lecho miras de reojo, bostezas y te das la vuelta. 

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