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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Límites

Límites

Ayer me trajeron más de una tonelada de leña. Nada más marcharse el hombre joven, de Toledo y bolo, me froté las manos pensando en toda la labor que tenía por delante. Debía de llevar los troncos, uno a uno, desde la rampa donde los había volcado el camión, hasta la leñera, distante unos doce metros y con tres escalones por medio. La mañana era maravillosa. Fresquita, pero con Sol. En teoría mi hijo hijo vendría después de comer para ayudarme a trasladar la madera, pero me puse manos a la obra con al esperanza de haber colocado la mayor parte de ella para cuando él llegara. Sin embargo, poco a poco, fui trasladando mi futuro calor a su lugar, como un viejo leñador. Ya he hecho esta tarea otras veces y sabía de su dureza, por lo tanto, y dados mis años y las limitaciones ya de mi cuerpo, esperaba las primeras señales de dolor,, bien fuera en la espalda, en los brazos, en la cintura o, incluso, en mis piernas, pues unos días antes un terrible tirón en mi muslo izquierdo me había llevado hasta, creo, el limite del dolor consciente.
Sin embargo, pasaban los minutos, los diez minutos, los cuartos de hora, las medias horas y la hora. Miré la montaña de madera que aun estaba pendiente de apilar. Ya había descendido notablemente y por mi mente pasó la idea de colocarla yo solo, así podría evitar a mi hijo tan tediosa tarea y demostrarme a mí mismo que aun tengo fuerza suficiente para una labor como ésta, y de un tirón.
A las dos horas, y viendo mi ritmo, decidí mandar un mensaje al chaval diciéndole que la leña ya la tenía controlada. Ahora sí que sí, y aunque me diera algún tirón, debería de acabar con aquello.
Y lo acabé.
Mi hijo vino por la tarde a pesar de todo, lo que me alegró, y yo me movía como un hombre al que acabaran de quitar una escayola que hubiera cubierto todo su cuerpo, durante un temporada.
No satisfecho, hoy he agarrado la bicicleta y a recorrer mundo durante dos horas y media. No sé porque, sentía la necesidad de saber hasta donde puede aguantar mi cuerpo. Al final, a esta hora, bajo una escalera y me duelen hasta los tobillos, pero intuyo que todo ello es bueno, aunque sinceramente, no estoy muy seguro de ello.
Los años. Los jodidos años que nunca habían sido motivo de preocupación en mi vida, ahora comienzan a serlo, y no por motivos estéticos o de aspecto, sino porque me aterran las limitaciones físicas, restan libertad.
Nunca pensé que fuera a vivir y a sentir el deterioro del organismo. Jamás he padecido crisis por la edad, ni a los treinta, ni a los cuarenta, ni siquiera a los cincuenta, pero, ya más cerca de los sesenta que de los anteriores, creo estar sumido en la consciencia del limite. No quiero ser patético, no quiero jugar a juventud externa si mi interior tiene miedo, si mi mente ya no es tan ágil y carece de la fortaleza que en su día tuvo. Ya, ya, me diréis que aun soy joven, pero creedme, no lo soy, joven sólo lo fui una vez.
Jodida vida, creo que jamás me acomodé a ella, nunca he sabido qué hacía yo aquí y ahora, aun menos. Antes podía eludirla, incluso burlarme de ella, pero ella, paciente, ha empezado a aplastarme, la muy maldita.

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