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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Un mundo sin problemas

¿Qué te pasa? Veo en tu rostro malestar. 
No, nada, responde.
Sí, algo te ocurre, es lo que veo en la expresión de tu cara. 
Sí, me encuentro mal, tengo la sensación de que voy detrás de todo. 
¿Detrás de todo? Y como no vamos a ir detrás de todo, suficiente con estar dentro de ese todo. El todo, vacuo y superfluo. El todo, loco, cimentado con muros cada vez más delgados y finos. El todo, que ya no tiene peso, es un globo enorme que engorda sin parar y que amenaza con explotar. El todo, día a día inflado, y nos metemos dentro, y desde él miramos al exterior confundiendo la realidad, tamizada y opaca, tal y como se ve desde su interior. ¿Dónde está el mundo? ¿Dónde ha quedado? ¿Qué es realidad y qué ficción? ¿Qué tiene peso y qué es liviano? Llevo días pensando en ello. Estoy triste, diría que destrozado, con el alma arrasada por un calenturiento viento que no deja de soplar que no deja de erosionar mi cabeza, que también me duele, no por dentro, sino el cráneo o quizás sea dentro y siento un reflejo. Estoy cansado, a veces creo que exhausto, atendiendo, sin parar, a ese todo, que se nutre de la locura, del caos, de imposibles que se han convertido en rutinas, que no da tregua, que ha perdido hasta la capacidad del regocijo, que requiere calma, pues siempre hay más, las 24 horas, insaciable, implacable, que se come el tiempo empequeñeciendo la vida, eliminando las distancias, encogiendo el mundo y mostrando la desesperación con su esperpéntica sonrisa. 
Vuelvo pronto, un técnico ha de venir a casa, a las seis. Me llama a las cinco y veinte. Me dijeron que a las seis. No hay problema, ahora vuelvo. Atiendo el móvil mientras conduzco. No coja el móvil al volante, hay peligro, de accidente, de morir. Cuelgo, miro el reloj, visualizo las curvas, visualizo como las trazaré para ahorrar tiempo. Llego a casa, no está el técnico. Me vuelve a llamar. ¿Está usted ya allí? Aquí estoy. Ahora voy para allá. Respiro. Voy a abrir la puerta, ¿Y mis llaves? No llevo, ¿Cómo entro? Sopeso ventanas abiertas, sopeso poner una escalera y trepar. Rodeo la casa, hay un ventanuco, lo empujo, la ventana se mueve. Meto una pierna, apoyo mi pie en una encimara, me introduzco, como un caco en mi propia casa, ya estoy dentro. Suena el móvil, no es el técnico, es del trabajo, ni imagina mi interlocutor que acabo de entrar en m casa a través de una ventana. Suena el timbre, es el técnico. Sudo. El hombre va despacio, quiero que se marche y me deje solo, quiero estar solo, simplemente no hablar, simplemente no responder, simplemente no pensar. El mundo va loco, el mundo, y sus habitantes que se han convertido en vendedores y en compradores, y en más vendedores, de sueños, de retos, de afanes, de hechos, algunos virtuales. Y yo perdiendo el tiempo en medio de todo ello, también vendiendo, a veces comprando, para mí, para otros, y llama a tu madre, que le quedan pocos años, o quizás menos a ti, ¿quién sabe? y haz ejercicio, y no fumes, y respira hondo, y no tires cosas al suelo, y recicla y no envejezcas y sonríe y di maravilloso, y estupendo, y claro que sí, como hacían los viejos consultores, que vendían soluciones porque para ellos no existían los problemas, después de todo, ¿quién los quiere? 

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