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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Escribir

Y me pongo a escribir. Y no sé por donde empezar. No, no, claro que sé por donde empezar.  
Arranco,  y cuatro párrafos más tarde, lo releo, y lo borro, y comienzo de nuevo, y ahora vomito mil palabras, de golpe, y las leo, y me gustan. 
Duermo, dejo pasar un día, y releo lo escrito. Y hago matizaciones y creo que he de arrancar por otra parte. 
Y llego a la conclusión de que antes de contar esto, he de contar algo que de sentido a esto. 
Y entonces arrancó algo previo que ha de tener la lógica de sustentar lo que ahora se convierte en posterior. 
Y en ese relato previo descubro a un personaje con el que no contaba, y me dice algo que ni siquiera esperaba, y me quedo en silencio, escuchándole, pero no emite palabras, es sólo una mirada. Y es como si hablara en otro idioma, pues no entiendo nada, pero sigue mirándome y desespero, y me levanto, y espero. Lo dejo ahí, en la parte posterior de mi cerebro, con sus ojos clavados en mí, mientras sigo con el relato inicial, pero desde que me  ha mirado algo ha cambiado y es como si esa mirada hiciera perder el sentido a todo lo que escribo. Y soy paciente y espero a que se rebele la verdad que esconde dentro o que escondo yo. 
Y han pasado más días. Y ahora nada de lo escrito parece tener coherencia. Y estoy sopesándome si desistir de mi proyecto. y peino las horas dedicadas a él, y creo que he perdido el tiempo, pero hay una llamita, ahí dentro, que me impide dejar de pensar en él. Y creo que igual lo que quiero escribir no es así como he de contarlo. Y el niño sigue mirando, pero parece haberse quedado inmóvil y, simplemente mira. 
Y creo que estoy mayor, que mi cerebro ya no es ágil como lo era antes, que lo he intentado, pero que no ha podido ser, pero por otro lado pienso a que puedo dedicar el tiempo. Y de nuevo me siento frente a la hoja, y espero. 
Y releo todo lo escrito. Trozos sueltos de un relato, incoherente, sin sentido aunque todo obedezca a los mismos recuerdos y hechos, tantos puntos de vista. Y yo, que lo narro, siento que soy el menos indicado para ello, y yo, que lo escribo, voy perdiendo fuerza en favor de otros personajes que van ganado cuerpo. La historia de un recuerdo, la historia de un recuerdo mal recordado, y quizás por eso paro. 
De nuevo otra tormenta, de nuevo el aire y la presión que desciende bruscamente, de nuevo, que locura, el día se vuelve azul oscuro y ahora ya es morado. Las gotas repicando contra la tejas, los desagües tragando y yo mirando todo por la ventana. Cualquier excusa es buena para no enfrentarte al folio, pero parece que me pongan entretenimientos delante. 
No he visto nada especial hoy, excepto el campo creciendo furioso. El ciclo, del que ya he hablado, el ciclo eterno que seguirá aquí cuando ninguno de nosotros siga. Y eso he pensado, en la fragilidad de las amapolas, en que seguirán mancharán de rojo el verde cuando ya no existamos, en su corta vida, pero también eterna, en su juventud cíclica aquí y allá. 
Pasa la tormenta y se deja ver el Sol, naranja, casi rojo en el horizonte, y si antes todo era morado, ahora rojizo, muere el día. 

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