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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Aislado

Me subo al coche y con ese sonido que hace la puerta al cerrarse, ese ruido, en el que invierten tiempo y tiempo ingenieros de sonido, y que me señala que me he aislado del mundo. Ya no tengo que meter una llave en ranura alguna. Ahora aprieto un bonito botón azul y el coche se activa, sin ruido, pero ya está encendido. Delante de mi aparecen montones de lucecitas y botones y respiro en ese ambiente inmaculado, ese olor sintético, neutro, ese olor blanco, aséptico, ese olor sereno, sobrio, infalible. 
El coche, que suave va. Pero no, no va suave, simplemente no emite sonido alguno. Ni siquiera siento los neumáticos, ni siquiera siento los baches, tampoco la rugosidad del asfalto de la carretera. No ruedo, floto, me desplazo como un astronauta. En mi pantalla aparece de todo, puedo elegir que hacer entre multitud de opciones, tantas que no sé cual de ellas elegir. Todo esta medido, obtengo porcentajes y proyecciones de mi desplazamiento y si algo va mal cambia el color y si dejo de ser un conductor políticamente correcto destellan símbolos negativos. Estoy monitorizado, medido, controlado.  Aparezco en una pantalla multicolor de un montón de pulgadas como un punto que se mueve por el universo. Con mi dedito marco opciones y me despreocupo de la circulación porque el coche, lleno de sensores, lo va controlando todo, parece apartarme de peligros, inoculando seguridad en mi organismo. Miro a mi alrededor, todo tan organizado, esos materiales, ese sonido que las palmas de mis manos producen contra el cuero del volante cuando lo hago girar. Viajo en silencio, ya no pienso, da miedo hablar, estoy dentro de un confesionario ergonómico de tecnología. Paso de oír noticias, siempre son las mismas, ahora prefiero conectar mi teléfono móvil y deleitarme escuchando música, mi música, todo para mi, todo personalizado, que importante soy, el mundo a mi medida, sin ruidos, climatizado, yo elijo la temperatura y de que manera regularla. Todo es suave, todo es tan dócil, tan sumiso, tan obediente que me hace sentir tan importante, soy el Rey, que cojones, soy el Emperador del mundo, de mi mundo, de un mundo pequeño, hermético, aséptico. Se me antoja que el aire de mi habitáculo no esta viciado, lo respiro con profundidad, como queriendo atiborrar a mi organismo de aquella pureza, de aquella perfección mecánica. Pienso en la inmortalidad, pienso en avanzar infinitamente por carreteras rectas en un mundo sin límites. Pienso en mundos organizados, en los que todo está previsto, pienso que no existe el polvo, que el hombre sabio ha sido capaz de repelerlo, pienso en que me importa un culo el cambio climático, porque yo tengo mi propio clima allí dentro, pienso que no quiero salir de aquel habitáculo, pues lo tengo todo a mano, lo que quiera, pienso o ya no pienso. Me siento ahora un muñeco, el novio de la Nancy, perfecto, equilibrado, proporcionado, de sonrisa perfecta. Y lo que ocurra fuera me importa un culo, allí dentro no hay coronavirus, ni tampoco aporrearan mis cristales refugiados  ni migrantes, yo estoy en otro mundo, perfecto, equilibrado, estoy en Europa o ¿así es Europa? 

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