12 Marzo 2020
Mi madre igual vive diez años más, no lo sé. Sin embargo, mi percepción es que asisto a sus últimos meses de vida.
Ya sabes que ocurre en la vejez, que no se avanza hacia el final en una pendiente continua sino que la bajada va por escalones, y mi madre acaba de descender uno e ignoro cuánto tiempo permanecerá en su huella o si aún bajara alguno más.
Mi madre se ha encogido. Su piel se ha vuelto más delicada y ha mutado un grado más hacia la transparencia. Pero dónde más percibo su proceso es en su mirar y es que ahora lo hace expresando una súplica.
Me mira a los ojos, los suyos discretos tras un tenue velo que los empeña y me dice con ellos: “no puedes hacerte una idea lo que significa gestionar la certeza de que se acerca el final. Mi tiempo es ya limitado”. Y en esos momentos, cuando leo las palabras de su mirar, surge el silencio , no sé qué responderle con los míos. Algo invento para acercarme a ella, darle un abrazo, un beso, con la certeza de que empiezo despedirme de ella.
Ayer volvía a casa y me debatí durante diez minutos si parar o no para subir a estar un rato con ella. Tenía ganas de llegar al otero después de un largo día de trabajo, pero el camino de vuelta pasaba al lado de su casa. Al final, no sé quién o qué me hizo dar un volantazo y desviarme hacia ella. Y quién o qué fuera quien o lo que me empujó a ello, gracias.