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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Final sin sentido

No sé de dónde vuelvo, pero sé que vuelvo. Es un día de Sol. El camino cruza un páramo flanqueado a ambos lados por un terraplén de tierra caliza en el que crecen hierbas y matojos. 

No sé de dónde vuelvo pero intuyo que mi recorrido es algo habitual. Soy un hombre mayor, ya pasados los sesenta, pero procuro mantenerme fuerte y ágil, por lo que me cuesta sentirme tal y como yo veo a los sexagenarios. ¿Puede que vuelva de correr? Me pregunto. Pero si estoy en un camino ahora mismo ¿Por qué no corro?

A pesar de mi edad, sé que mi abuela, muerta ya hace cerca de cuarenta años, me espera en casa. Creo que vivo en un pequeño pueblo. Me imagino que estará haciendo sus cosas en el hogar, andando torpe de un lado a otro , encorvada, con sus mechones finos de pelo blanco revueltos y con la toquilla sobre sus hombros. 

Me han advertido o se ha advertido, ignoro quién lo ha hecho, que hay una guerra. No doy crédito a esos rumores. Somos una sociedad pacífica, poco comunicativa, callados, eso sí, pero nos respetamos unos a otros y cumplimos las normas. ¿Puede qué vuelva de correr? Me lo pregunto de nuevo.

No puedo admitir, ni remotamente, la violencia de una confrontación. Sin embargo, los rumores son muy persistentes. No hay nadie a mi alrededor. La mejor forma de sacarme de la cabeza esos pensamientos es seguir con mi vida y hacerles caso omiso, así que sigo mi camino. 

Ahora esos rumores dicen que no es una confrontación, sino una invasión. Tropas de un país lejano. Venga ya, me digo, pero ¿quién es capaz de sembrar esas inquietudes? Sigo mi camino. Pero unos metros más allá, oigo ruidos en el campo, no veo a nadie pero en los bordes del murito de tierra que bordea mi senda parece haber gente tumbada y escarbando el suelo con violencia. Pienso que buscan personas, no sé porque lo hacen de esa manera. No veo a nadie pero hay movimientos bruscos. 

Parece que la invasión ha llegado hasta esos lares. Sigo sin querer admitirlo, sigo pensando que la mejor forma de esquivarlo es seguir mi rutina, pero sé que está habiendo detenciones y también ejecuciones. Creo que está siendo una carnicería, que los soldados invasores actúan a su criterio, sin órdenes concretas, simplemente juegan con las vidas de las personas y matan o perdonan dependiendo de lo cansados o aburridos que estén. 

Va en serio, me digo. Son esos primeros momentos de incredulidad ante la barbarie, esos en los que tu vida deja de tener valor y mantenerla o no depende de un capricho, de un humor o simplemente de tu forma de mirar. No voy a poder llegar a casa. Pienso en mi abuela y sé que ella es ajena a todo esto que ocurre. Me refugio en un edificio, el único de varios pisos que hay en el pueblo, que tampoco sé si es el mío. Es un edificio medio abandonado, quizás sea una especie de almacén de pasillos y habitaciones pequeñas. No hay luz en el lugar, al menos en las estancias por las que me muevo, pero el resplandor que llega de las farolas amarillentas de la calle iluminan lo suficiente  Hay cajas, de madera, de cartón, están como olvidadas. Me muevo con soltura por allí, por lo que deduzco que el lugar no me es ajeno. 

Sigo sin poder creerme lo que está ocurriendo y quiero que todo sea normal. Insisto en actuar con tranquilidad para intentar quitarle relevancia a lo que temo. Así que me asomo por una ventana con la misma actitud con que lo puede hacer cualquier persona que se quiere distraer. La calle está desierta, pero hay soldados desperdigados con sus uniformes de combate y sus armas. Aquel pueblo está invadido. Algunas ventanas iluminadas en las casas del pueblo, un coche con las puertas abiertas con el morro dentro de un garaje abierto de par en par, un matrimonio que no sabe que hacer a quienes gritan, aturdidos, aterrorizados, siento miedo, puede que acaben disparándoles. Puede que también hayas soldados dentro de las casas. No me lo creo, siento un vacío en mi vientre. 

De pronto emerge en una ventana a mi izquierda y de iguales dimensiones a la mía, la cabeza de un soldado. Es un hombre joven con bigote negro. Me habla, no le entiendo, me habla en un lenguaje incomprensible, pero intuyo que me dice algo así como ¿qué, mirando el panorama? Me han descubierto. Pienso en mi abuela, ¿Cómo voy a salir de allí? 

El hombre, con un gesto de su cabeza me da a entender que vaya hasta la habitación contigua que es dónde está él. No me queda otra, me siento como pillado infraganti por una autoridad superior aunque aquel hombre sea mucho más joven que yo, pero tiene armas. 

Voy, me abre la puerta sentado en un silla al lado de ella. Me sonríe y sigue hablándome aunque no sé que me dice. Desde la misma puerta veo que hay dos soldados más. Uno a mi derecha del que sólo veo su cogorote y otro en la pared de enfrente, tumbado en un sillón, con el torso al aire, aunque con los pantalones de campaña. No me presta atención, parece drogado, fuma, lleva el pelo teñido y creo que tiene un pendiente en una de sus orejas. Es uno de esos hombres de nariz chata y ojos vivos. Doy un paso. El soldado que me ha ordenado ir me da un cachete en el culo. De pronto soy consciente de que aquellos hombres quieren follarme y nada podré hacer por impedirlo. De pronto soy consciente de que aquellos hombres, cansados, embrutecidos y sin encontrar sentido a lo que tienen que hacer, después de darme por culo y obligarme a mamarles la pollla, seguramente me peguen un tiro en la cabeza. Estoy perdido, pienso en mi abuela, jamás llegaré a casa con ella. Doy un paso atrás, el de mi derecha me agarra de la muñeca convencido de que no tengo más opción que entrar en la habitación. No tengo recursos para defenderme. Me agarra fuerte de la muñeca y lo único que se me ocurre es pegar una patada a la hoja de la puerta. Se estrella sobre su brazo, me suelta, oigo gritos, ha cambiado el tono de las palabras de su incomprensible idioma. Me he soltado, pero ¿dónde voy? Estoy desesperado, y en ese momento me despierto angustiado. Me he sentado en la cama respirando fuerte. Aún puedo dormir un rato más, pero siento miedo de volver a esa casa. Me levanto, aún es de noche, y me voy a correr.

He sentido todo el día esa mano en mi muñeca y he tratado, aún no lo he conseguido, quitarme esa sensación trágica, ese final sin sentido. 

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