¿Y quién se acuerda de él?

Escribo algo por eso de evitar no escribir nada en noviembre. Cómo pasa el tiempo, como se acelera una vez has cruzado el ecuador con tu embarcación, como cambian las aguas, los cielos, los vientos e incluso las especies bajo tu casco. 

Comí hace unos días con un amigo, le veo en la lontananza, en la curvatura del océano. Si miro a través  del catalejo aún puedo vislumbar, sobre la línea que separa los dos azules, su velamen firme, usado pero aún recio, extenuado por tarantas millas náuticas empujando ese buque de vieja madera crujiente. 

Mi amigo, más viejo que yo, enfrentado a sus años y a los de su pareja que en ella han elegido ese mundo extraño del cerebro para aposentar el deterioro. Mi amigo, al que encuentro más hermético a la hora de trasladar su cuerpo. Mi amigo, aferrado a su actividad profesional como un viejo esclavo que desconoce la abolición. Dios, que triste le siento, que triste me hace sentir, que tristeza el final, que tristeza la incertidumbre que producen las debilidades físicas, la imposibilidad de la fuerza, el agotamiento, el caerte sobre la nieve o la arena, agotado, y dejarte llevar a no sabes dónde. Igual te da, no puedes luchar, dejaste tu fortaleza en tantas batallas que ni siquiera ya recuerdas. El pasado ¿y quién se acuerda de él, salvo tú?