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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Las razones del diablo 1

Meditaba en la cama sobre la vida, concretamente sobre la suya. Tenía la sensación de que se le había escurrido de entre los dedos, como lo hace el agua que almacenamos en un cuenco hecho con nuestras manos. Juan no sabía si había  disfrutado de ella o no. La culpa de tal incertidumbre no era otra que el estado de provisionalidad que habían regido todos sus años, que ya eran cincuenta.

Juan había pasado medio siglo pensando siempre en el futuro, haciendo planes, esperando cambios, atrapado en esa sensación de “llegarán tiempos mejores” o en esa frase consoladora de “aún está por llegar lo mejor de tu vida”.

No recordaba épocas de felicidad, tampoco épocas insatisfactorias. Su trayectoria era neutra, una especie de cúmulo de situaciones y de supervivencia según requería cada etapa vivida. Se había  dejado llevar por cada una de ellas, pero tratando de pasar desapercibido, tratando de que los cambios y las circunstancias nuevas le afectaran lo menos posible.  

Buscando un símil, Juan se sentía como podría sentirse la población civil en medio de un escenario de guerra. Su entorno y bienestar no dependía de él, sino de las decisiones estratégicas de los generales, y de la personalidad de los oficiales y soldados que invaden, cruzan o se asientan en los territorios del conflicto.

Juan habría sido una especie de agricultor, de ganadero o de artesano anónimo casualmente asentado en el escenario de una guerra. Un hombre de paz, un hombre tranquilo que buscaba el sosiego y vivir una rutina amable, pero en medio de la muerte y las barbaridades caprichosas de cualquier conflicto bélico.

Esta imposibilidad de analizar y de catalogar su pasado provocaba que Juan no dejara de sentirse joven. Anidaba dentro de él la sensación esa de tener toda la vida por delante. De hecho, cuando se relacionaba con gente de su edad, o de edad muy similar a la suya, sentíase aún libre y capaz de dirigir su vida por senderos que le llevarían lejos de los comentarios fatalistas y resignados que la mayoría de las veces hacían sus contertulios sobre la existencia.

Sin embargo, cuando era consciente de la limitación física de su cuerpo entraba en profundas crisis de rabia que le llevaban a mostrarse esquivo y huraño, a sentirse muy cansado y a pensar y sentir que esta vida es una auténtica mierda.

En algunas ocasiones era consciente de este análisis e intentaba tomar las riendas de la situación, en definitiva, de su existencia.En esas ocasiones tomaba aliento para empezar desde ese mismo instante a acumular vida. En esas ocasiones es como si quisiera empezar a escribir su historia, su biografía y realizar acciones que formarían parte de sus logros, el típico esquema de cualquier juego de personajes. Pero Juan carecía de objetivos, y carecía de ellos porque ninguno le parecía lo suficientemente cierto e importante como pare dedicarse a él. Mantener la concentración en ellos le resultaba una tarea titánica y las dudas y los recelos acababan inundándole. La consecuencia era que volvía a sumirse en esa especie de caos en el que vivía, un caos y un desorden, que a veces se llenaba de la ansiedad que le provocaba la sensación de pensar que nunca hacía lo que, en realidad, debería de estar haciendo, y la vida se le acababa.  

 

¿Era reprochable esta conducta? En caso de serlo, ¿desde qué punto de vista?

 

 

 

 

 

 

 

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