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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

La tienda de cuero

IMG00259-20110304-1409Estoy en un pequeño establecimiento sin luz natural, pero muy bien iluminado con un ligero tono amarillento. Se diría que la tienda tiene colgada en el techo una gran bombilla incandescente, pero que no emite calor. Hay dos mostradores, en forma de ele invertida. Estoy solo, pero se que hay más gente. Es una tienda de cuero, de pieles, de cuerpos de cuero, de gorros, sombreros y boinas de cuero. Toso es cuero. Tras el mostrador del palo más largo de esa ele invertida hay un expositor. Tras el cristal observo extasiado una especia de corsé o de chaleco de cuero. Lo miro atentamente, llama mi atención. Ahora no es de cuero, ahora puede ser de piel humana. Lo miro fascinado, puede ser mi torso. Veo una mancha, la típica mancha oscura del cuero, pero no, no es cuero, es piel, puede ser una mancha de nacimiento, y por lo tanto, con los años puede resultar repugnante y fea, una verruga con pelos, oscura.  Yo observo el corpiño o mi cuerpo, pero lo que quiero es comprar una especie de sombrero de aventurero australiano en el mostrador más pequeño de la L invertida. Ni siquiera me lo voy a probar, me daría vergüenza. Lo he visto, y lo quiero. No había nadie, y ahora hay una inmensa cola que se forma desde la calle, que no se dónde está. La cola gira justo en el último momento hacia el mostrador, un codo perfecto. Me he quedado fuera. Un hombre a quien conozco está delante mía, le conozco pero no se quien es. Lleva una gabardina, lleva gafas muy limpias, tiene un aspecto afable. Se que es invierno porque lleva una bufanda, se quiere colar. Le voy a decir algo, pero antes oigo a una señora grande, muy grande, de cara también muy grande con facciones extremadamente masculinas. Pide un sombrero, también de cuero, a pesar de llevar ya uno puesto. La dependienta le pide por él 440 euros. Ella los acepta y se apresta a pagarlos a gusto. Observo a la señora, su cara es de tiras de cuero, cuero oscuro, cuero granate, sus ojos son vivos pero secos. El hombre que se me quería colar, sigue ahí, le increpo. "eh, ¿dónde va?, llevo una hora en esta tienda". Él admite el hecho, pero no se achanta, se quiere colar. Le agarró del hombro y con un movimiento brusco se logra desprender de mí. Insisto y lo admite, he logrado ponerme delante de él, pero sigo justo en el vértice del codo, donde gira la cola, en terreno de nadie, ni en un mostrador ni en otro. Miro la cola y se que no voy a poder convencer al resto de que yo llevo allí mucho tiempo. Mi esfuerzo ha sido inútil, y siento angustia. No se la razón por la que todos tenemos tantas genas de comprar aquellos artículos de cuero, o quizás de piel. Allí nadie habla, excepto la dependienta, parece que todos estamos muertos. No lo entiendo, no se que hago allí. Me despierto, miro el reloj, son las siete menos cuarto, puedo dormir una hora y cuarto más, pero vuelvo a la tienda y no quiero. Acabo levantándome.

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