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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Y por fin, la degradación del cuerpo

Estoy desayunando con Lipomedes. Pero Lipomedes, ¿de qué me estás hablando?, le pregunto. Uff! , me dice, estoy harto de culetes, culitos, braguitas y pañalitos. -

Pero, ¿a qué viene eso? Le vuelvo a insistir. Hace mas de un mes que no sé nada de ti. ¿Donde te has metido tipo?

¿Qué dónde me he metido? Jaja, llevo mas de un mes a los pies de la cama de mi madre.

¿De tu madre?, ¿Ésta enferma?

Que va, dice echándose hacia atrás. De enferma nada, se rompió una cadera y está.....bueno, no sé cómo está, creo que bien, o eso diría si fuera una mujer normal, si fuera la madre de un amigo a la que fuera a visitar al hospital. Lipomedes se queda pensativo unos segundos.......Sí, —continua diciendo—si no fuera mi madre, diría eso, que está bien, que a pesar de su avanzada edad (84 años), ha tenido suerte de lo bien que ha ido su operación, del rápido post operatorio, de que no ha habido complicaciones, de que parece que la intervención no le ha afectado a ninguna otra parte de su cuerpo y que ahora solo hace falta rehabilitar la funcionalidad de esa parte postiza dentro de ella. Sí, si mi madre fuera la madre de un amigo, le daría un beso a esa señora,  y a mi amigo una palmada en la espalda, como queriéndole decir: todo va bien amigo, tu madre esta estupenda, solo necesita un poco de cariño y ánimos para que conseguir recuperar su movilidad.

Lipomedes vuelve a parecer pensar. Sus palabras salen lentas, como si estuviera recordando pasajes de un viejo libro. Pero mi madre no es así, —continua diciéndome o, mas apropiadamente, narrándome—, desde que me llamó mi hermana una noche a las diez para contarme que mi madre había sido trasladada por una ambulancia a las urgencias del gran centro hospitalario porque se había roto la cadera, desde ese momento, fui consciente de la larga temporada de sinsabores que se me venían encima. Desde esa fatídica noche de boxes de urgencias y rodeado de familias gitanas, musulmanes, sudamericanos, chinos y algún europeo, tengo la necesidad de que todo esto finalice, pero no lo consigo. Es como acabar capítulos de un relato desagradable esperando que sea el ultimo, pero siempre hay uno más. Mi madre —dice Lipomedes—, es como un libro maldito que lleva años en una estantería, en la balda más alta, ese libro al que no quieres prestar atención y que sabes que algún día has de leer, pero al que has estado ignorando porque narra vergüenzas, verdades que no quieres conocer.

Joder Lipomedes —le digo— ¿No exageras un poco?

El me sonríe y veo en su rostro algo de cansancio. No —me dice—, no exagero nada. Todo lo que pensaba sobre mi santa madre, mi rechazo irracional hacia su persona, todas las sensaciones de tristeza que me transmite, su desesperanza y pesimismo, su angustia y sus miedos, todo ello lo percibo ahora y si he podido eludir todo esto mediante la simple lejanía desde hace años , ahora que la conciencia me ata a su lecho, me las veo y me las deseo para no dejarme infiltrar por esos hálitos suyos.

Jaja —me río yo ahora—, ¿Me estás hablando en serio?

Completamente, —me responde—, ¿Y sabes?, ignoro como pudo soportarla mi padre durante más de treinta años. Ahora entiendo que un día, mi padre, con quien ya sabes que he tenido una escasa relación, me dijera que estaba sopesando divorciarse de mi madre y que habían llegado al punto de no dormir ya juntos. Yo, que por aquel entonces solo deseaba alejarme de aquella familia para poder vivir según mi visón del mundo, no supe que decirle al respecto. Le escuché, asentí con la cabeza y le pregunté sobre la razón de aquel pensamiento. La respuesta fue muy sencilla: «Porque tu madre es insoportable».

Tengo la sensación de que el olor del hospital va conmigo., dice Lipomedes mirando al cielo. Tengo la sensación de que todo el mundo puede oler lo mismo que yo huelo en mi interior, esa especie de mezcla de aromas de comida, pises, heces, medicinas, dolor, lejía, amoniaco y alientos secos. Lo llevo conmigo, se ha metido en mis orificios nasales, es una especie de recordatorio de dónde acabará mi día hoy también, igual que ayer.

Lipomedes hace un alto en su narración. Apoya su frente en su mano, la rasca ahora suavemente, vuelve a perder su vista en el horizonte, ligeramente por encima de él. Es una losa -dice a continuación-. Después de toda la jornada, ir, irremediablemente, como un corderillo sumiso, al gran hospital. Desde que entro sólo tengo ganas de salir. Tomo aliento y me desaparezco durante las dos o tres horas que sé que voy a estar allí. Ya he construido mis pequeños trucos de supervivencia. Conozco los ascensores ocultos de carga para no mezclarme con la masa amontonada frente a los oficiales, siempre llenos de gente esperando, todos bobos mirando como tales al marcador sobre las puertas metálicas. Sé donde hay cuartos de baño con papel para secarse las manos, me cuelo en el office de las enfermeras para buscar toallas, sé donde están las máquinas de café que funcionan, las puertas sin seguro que te permiten asomarte a la escalera de incendios para tomar el aire. La rutina me ha permitido ir conociendo a la gente que hay allí, a sus familiares y los lazos que los unen, cuando van, con qué horarios. Paseo por el largo pasillo con puertas de habitaciones a izquierda y derecha, todo el mundo semidesnudo, con esos pañales que les ponen, enseñando sus entrepiernas amarillas, con ese gesto de dolor y súplica en sus caras, mirándote extraños desde la oscuridad de las habitaciones. Sé quien esta solo, se quien esta triste, quien se aísla de la situación, quien intenta sobrellevar sus días allí con dignidad, como un mero trámite, disimulando ante todos los demás su miedo y su ignorancia sobre si mismos, sobre su cuerpo.

Sonrío -joder Lipo-, estas realmente en plan filosófico. Miro el reloj de mi móvil. -Eh, hay que ir a trabajar- le digo al mismo tiempo que recojo las cosas que hay esparcidas sobre la mesa. Noto a Lipomedes cansado, me mira con una media sonrisa y se levanta con pesadez, como si su cuerpo pesara toneladas. .Me seguirás contando, -le pregunto-. Como siempre me responde con esa misma sonrisa.

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