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Las Razones del Diablo

Historias de todos los días

Shock

Hacía un montón de tiempo que no escribía. La cierto es que nos me apetece mucho. Sinceramente, no me pasa nada interesante o lo suficientemente interesante como para dejarlo plasmado en letras y frases. 
Debe de ser la puta edad que, poco a poco, va sacándote de actualidad y te va relegando, cuando no expulsándote, de los papeles protagonistas de esta representación que es la vida. Por más que quieras luchar contra ella, me refiero a la edad, se trata de una batalla totalmente perdida. Hoy he visto una película (malísima), en la que aparecía una actriz secundaria (no sé cómo se llama), habitual de las producciones del cine norteamericano.  La tipa, que debe de tener mis años si nos algo más, resulta que se ha operado. Bueno, se me ha colocado unos pómulos artificiales que dan a su cara un aspecto de muñeca de porcelana diabólica, y todo para mostrarse tal como fue, aunque ya no sea como era, que absurdo. Siempre que veo esas operaciones de rejuvenecimiento, por llamarlas de alguna manera, no puedo dejar de pensar en lo terrible que debe de ser para esas personas el proceso de los años. 
Bueno, me voy del tema. Volviendo a los míos (los años), ya he dado por perdida la batalla de lo físico. Bien es cierto que hago ejercicio, y además me empeño en ello, pero más por temas de salud que obedeciendo a algún ansía por conservar un aspecto que va, implacablemente, deteriorándose. Lo acepto. Adoptar otra postura sería de imbéciles, y supongo que de algo me han servido los libros que he leído a lo largo de mi vida. 
No es que sea una persona vieja, pero me siento mayor. Y así me siento porque todo se resume en una pérdida de la fortaleza. Todo aquello que antes te excitaba, y no penséis sólo en los impulsos físicos, ahora son sólo una intención, algo que ha quedado grabado en el cerebro de manera irracional, un cortocircuito que trata de accionar los mecanismos que eran habituales en ti, pero que ahora, en alguna parte del camino, y vaya a usted a saber porque, no consigue accionar las palancas adecuadas. Las primeras veces que te das cuenta de lo que ocurre sientes una honda frustración, pero a medida que se repite la incapacidad, acabas por renunciar al deseo, y te limitas a recordar cómo eras y cómo reaccionabas a aquellos impulsos que ya no son tuyos, y a observar esas conductas en los demás, aun operativos. 
En consecuencia, te vas quedando solo. Vas renunciando, por miedo, por vergüenza, a ser protagonista y vas auto censurándote y limitándote, te quedas solo contigo y te hablas en susurros con tu mente a ti mismo, recordándote, exigiéndote mesura y aceptación. Bueno, como veréis, un jodido juego limitador que va parcelándote y alejándote de los demás. Lo más dramático, y la vida es así de dramática, es que echas de menos a gente que, poco a poco, como tu proceso, va renunciando a ti. 
Así estaba yo, con estos pensamientos, ayer cuando salí a regar mis plantas. El verano aun no oficial, ya se ha dejado caer en casa con todo su chillón esplendor . Y cómo ando en chanclas por casa, para salir a regar me pongo unas zapatillas viejas. Y así, con ellas, empecé la aburrida y ansiosa tarea de refrescar al reino vegetal, pues nunca te parece que le des el agua suficiente. 
A todo esto, siento en mis tobillos decenas de patitas recorriéndolos.  Bajo la mirada y apenas logro vislumbrar multitud de puntitos negros locos, parecen emerger de mi empeine. Son hormigas, hormigas enanas que, no sé muy bien cómo, han entrado en mi zapatilla. Pobrecitas, me digo, al menos están conmigo, pienso, así que decido no hacer nada al respecto, que van a poder hacerme. Pero ahora las imagino al microscopio y veo sus cabezas enormes y sus mandíbulas y empiezo a sentir pinchazos y soy consciente de que las muy cabronas deben de estar mordiéndome. Me quieren matar con su veneno y después, millones de ellas llevarme hasta su hormiguero para devorarme. 
Me siento, me descalzo y con mis manos sacudo mis pies. Decenas de puntos negros nerviosos caen al suelo y corren en movimientos erráticos alrededor mío. 
Uf, que picor. Más tarde tengo los empeines con unas picaduras tremendas a las que he de aplicar crema para tratar de aliviar los hinchazones. 
Ya voy mejor, pero por vez primera, un grupo de hormigas carnívoras han querido provocarme un shock anafiláctico para comerme. Les ha dado igual mi edad, es el único alivio de todo el suceso. 
 

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